lunes, 3 de agosto de 2009

Jorge Teillier Sandoval (Chile, 1935-1996)

"Se sabe, sin embargo, que la vida es eterna"


OTOÑO SECRETO



Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.
Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.

De "Ángeles y gorriones", 1956


LA TIERRA DE LA NOCHE



Abrir una ventana es como abrirse una vena.
Boris Pasternak

No hablemos.
Es mejor abrir las ventanas mudas
desde la muerte de la hermana mayor.
La voz de la hierba hace callar la noche:
«Hace un mes no llueve».
Nidos vacíos caen desde la enredadera.
Los cerezos se apagan como añejas canciones.
Este mes será de los muertos.
Este mes será del espectro
de la luna de verano.

Sigue brillando, luna de verano.
Reviven los escalones de piedra
gastados por los pasos de los antepasados.
Los murciélagos no dejan de chillar
entre los muros ruinosos de la Cervecería.
El azadón roto
espera tierra fresca de nuevas tumbas.
Y nosotros no debemos hablar
cuando la luna brilla
más blanca y despiadada que los huesos de los muertos.

Sigue brillando, luna de verano.

De "El cielo cae con las hojas", 1958




ANDENES

Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.

Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar al viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.

Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras -para los parientes que te esperaban-
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.

Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.

De "El árbol de la memoria", 1961




SI PUDIERA REGRESAR

Si pudiera regresar,
recobrar la oscuridad
que sucedió al griterío de los invitados
cuando alguien apagó de un soplo
las velas de la torta de cumpleaños.
Saber por qué sigo soñando
con esa mañana de caza
y el ruido del disparo que volteaba las perdices
se mezcla al de un puñado de tierra
lanzado a un ataúd.

Si pudiera regresar
¿te encontraría más nítida
que en mi memoria fiel?
La manera de ponerte
una cinta en el pelo,
el tren donde subíamos,
la canción que silbabas
cuando preparaste desayuno:
«I walk alone».
Si pudiera regresar.

De "Poemas del país de nunca jamás", 1963




LOS TRENES DE LA NOCHE
1
El puente en medio de la noche
blanquea como la osamenta de un buey.
Entre la niebla desgarrada de los sauces
debían aparecer fantasmas,
pero sólo pudimos ver
el fugaz reflejo de los vagones en el río
y las luces harapientas
de las chozas de los areneros.

2
Nos alejamos de la ciudad
balanceándonos junto al viento
en la plataforma del último carro
del tren nocturno.
Pronto amanecerá.
los fríos gritos de los queltehues
despiertan a los pueblos
donde sólo brilla la luz
de un prostíbulo de cara trasnochada.
Pronto amanecerá.
En las ciudades
miles de manos se alargan
para acallar furiosos despertadores.

Pronto amanecerá.
Las estrellas desaparecen
como semillas de girasol
en el buche de los gorriones.
Los tejados palpitan en carne viva
bajo las manos de la mañana.

Y el viento que nos siguió toda la noche
con cantos aprendidos
de torrentes donde no llega el sol,
ahora es ese niño desconocido
que se despierta para saludarnos
desde un cerezo resucitado.

De “Los trenes de la noche y otros poemas”, 1964




LA PORTADORA

Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.
Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla,
la rama de canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.

Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
palabras que esconden palabras más grandes.
Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
«Toma mi mano. Piensa que estamos entre lamultitud aturdida y satisfecha
ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto
lo único nuestro».

De "Poemas secretos", 1965




CRÓNICAS DEL FORASTERO



XXIII

Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda.
No, realmente no.
Gunnard Ekelof

Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.

El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la Tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.

Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al
descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos
dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.

Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña,
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.

Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.

Creo que he estado en otros países.
He visto día a día en las ciudades vehículos iluminados
como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.

«La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos» , escribió Alexander Block,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.

Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo,
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en Dios.
A las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.
De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.

Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien aprenderá a leer en diarios que anuncian
nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protejan de todo mal.

Quedaré solo en un bosque de pinos.

De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.

Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.

De "Crónica del forastero", 1968




CARTA A MARIANA

¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.

Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías Bach y pensabas volar.

No creí que iba a recordarte
ni creí que te acordarías de mí.
¿ Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.

Es cierto que haremos el amor
y lo haremos como me gusta a mí:
todo un día de persianas cerradas
hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

Acuérdate que mi signo es Cáncer,
pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
para inventar nuevas supersticiones.

Me escribes que tendremos una casa
aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
y yo con los amigos tomo demasiado.

Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
y estás con quién sabe qué malas compañías,
mientras aquí hay tan pocas personas
a quien hacerles estas simples preguntas:

«¿Qué canción te gustaría oír,
qué película te gustaría ver?
¿ y con quién te gustaría que soñáramos
después de las nueva y media de la noche?».

De "Para un pueblo fantasma", 1978




HERMANA



A Marín Sorescu



Vivo en la apariencia de un mundo
Tú no sabes ni puedes saberlo
Tú no puedes conocer a mi hermana.
Yo mismo apenas la conozco
Porque murió antes de que yo naciera
Y esa llaga adelantó mi llegada.
Por crecí antes de lo debido
Y la primavera rápida hojarasca
Y el verano un congelado reloj de arena.
Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermano muerta.
El vacío de mi hermana me sigue cada día.
Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte

De "Cartas para reinas y otras primaveras", 1985




UN HOMBRE SOLO EN UNA CASA SOLA



Un hombre solo en una casa sola
No tiene deseos de encender el fuego
No tiene deseos de dormir o estar despierto
Un hombre solo en una casa enferma.
No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oír más la palabra Futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
Y a él no le importa estar dormido o despierto.
La escarcha ha empañado las ventanas
Pero a él sólo le importa mirar la apagada chimenea
Sólo le gustaría tener una copa que le contara una vieja historia
A ese hombre solo en una casa sola.
Una historia como las que oía en su casa natal
Historias que no recuerda como no recuerda que aún está vivo
Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
Un hombre solo en una casa enferma.

De “El Molino y la Higuera”, 1993




QUÉ HISTORIA ES ÉSTA

¿Qué historia es ésta y cuál es su final?
Ya no quiero ser más vendedor de palabras.
Ya mi cabeza está demasiado aturdida
y mi canción es sólo un montón de hojas muertas.

Me da lo mismo la ciudad que el campo.
Trataré de olvidar los poemas y los libros
abrigaré mi cuello con una vieja bufanda
y me echaré un pan en el bolsillo.

Oleré a mal vino y suciedad
enturbiando los limpios mediodías.
Y me haré el tonto a propósito de todo.

Y sin tener necesidad de triunfar o fracasar
trataré que la escarcha cubra mi pasado
porque no puedo sino hacer estupideces
seguir caminando en estos tiempos.

(Adaptación de Serguei Esenin)

De "Hotel nube", 1996




ESTACIÓN SUMERGIDA



Yo no estoy soñando, lo recuerdo, olvidé cómo se soñaba;
quizás esto sea un mar, bien puede ser la tierra,
encima el cielo deshaciendo su cabellera.
Esto no es un mar sin olas, es una lámina descolorida,
un día muerto por dagas invernales, un día fusilado por lluvias.
De pronto lo rompen manotazos de campanas, tictaqueos de sombras,
y se cierra como una cuchillada de trenes oxidados
devorando las cerezas maduras del sol.
Propicio tiempo para levantar cruces de barro
en el pecho de mapuches asesinados, para los caballos crepusculares
que se extravían en las acequias.
Ya lo sé, debo escaparme de los ahogados que flotan en los pozos,
voy a beber grandes tragos de poemas silvestres
veo desde el umbral al atardecer mordiendo plazas,
aferrándose gelatinosamente a los tejados rotos,
hasta caer junto a muchachas desfloradas en graneros solitarios
a las antiguas bodegas de la noche.
Pálidamente las horas se reúnen a jugar a las cartas
en torno a la mesa de los días,
desconozco el tren que me dejó entre ellas,
viéndolas alimentarse de cantos estrangulados,
persiguiendo a mis amigos, arrastrándolos en el río del tedio.
Yo no sueño, todo cuanto veo es cierto, ellos pasan
del brazo de mujeres desdentadas, riendo largamente.
Una ola invade mi habitación, recuerdo a mi vecina
cantando hasta que el cielo le llenaba las manos de azul,
yo no besé esas manos, yo tenía al viento cordillerano
arañándome, y la muerte oculta tras viejas y profundas fotografías.
Aferrado a un puente de madera,
inclinado sobre las venas turbias de la noche
pasan botellas vacías, libros oxidados de relecturas,
el barrio de las prostitutas pobres
donde cierro los labios por no decir mi nombre.
No es nada esto, sólo que a veces siento temor de saber quién soy verdaderamente.
Me gustaría despertar con los labios húmedos
como después de los largos besos de las sabias primas,
como si estuviese tomando café servido por mis hermanas.
Pero si abro los ojos también estaré sumergido,
pues la lluvia hace girar su pausado gramófono,
mientras hay un nevar de alas deshechas por los días,
velorios humedecidos de vino, y esta mano helada en mi garganta,
helada como parroquias y confesionarios que no se desprende,
si la pudiese deshacer un brillar de días felices.
Ahora lo sé, he estado siempre despierto,
mirando silenciosamente la estación sumergida
donde los huesos de las nubes hilachean los árboles.
Alguien me debe esperar -quizás algunos muertos-
pues voy hacia las chimeneas rústicas, los aserraderos vacíos,
las grandes, prestigiosas casas de madera sureña venidas abajo
como flores destrozadas por los duros dientes del olvido,
y busco el sol en los huertos cuyos párpados lo esconden.
Todo me espera en la estación sumergida, nuevamente,
en la empapada de malezas, la crecida de sueños angustiados y torvos,
mientras el tiempo detenido cierra sus pesados portones
y confusamente respira en el mar del invierno.

De “En el mudo corazón del bosque”, 1997






Jorge Teillier Sandoval (Lautaro, junio 1935 – Viña del Mar, abril 1996)

Jorge Teillier Sandoval nació el día 24 de Junio de 1935, en Lautaro, Región de la Araucanía, al sur de Santiago de Chile, tierra de la ancestral raza mapuche, donde transcurrió su primera infancia, viviendo muy cerca de las líneas del tren. Hijo de Fernando Teillier Morín y Sara Sandoval Matus, nieto de colonos franceses (Georges Teillier Panellier nacido en Ruffec, Charentes y de Melanie Morin, de la misma zona de Francia) que habían llegado décadas atrás a esa región. Tuvo dos hermanos, Sara, que falleció a los 2 años y que no llegó a conocer, e Iván, quien compartió el gusto por la poesía con Jorge y que, de hecho, publicó algunos poemarios. Estudió pedagogía en Historia y geografía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en Santiago, adonde ingresó en 1953 y ejerció con tal título en el Liceo Lautaro durante 1 año. Muy tempranamente señaló su aptitud literaria, escribiendo poesías desde los 12 años de edad, aunque el mismo Teillier afirmaba que su primer verdadero poema lo escribió en Lautaro, en 1952, a los 16 años y lo tituló “Otoño secreto”. Trabajó también como periodista colaborando con diversas revistas y periódicos de Chile y dedicó prontamente su vida a la poesía. Así creó la Revista Orfeo de poesía, de la cual fue su director. Dirigió también la revista Clío y el Boletín de la Universidad de Chile. Un hermano suyo, Iván, gustó de su misma pasión por la poesía y publicó varios libros. Formó parte del grupo Trilce junto a Enrique Lihn, Efraín Barquero y Miguel Arteche.
Su residencia se movía entre el sur de Chile (su región natal) y la Región de Valparaíso, donde frecuentaba con sus amigos los distintos bares y restoranes de la zona, viviendo su bohemia con intensidad.
Contrajo matrimonio por primera vez con Sybila Arredondo, con quien tuvo dos hijos, Sebastián y Carolina. En segundas nupcias se unió a Beatriz Ortiz de Zárate, con quien estuvo hasta su muerte. Viajó con cierta regularidad tanto dentro como fuera de Latinoamérica, visitando Perú, México, Cuba, Panamá e Italia.
Su obre se hizo acreedora a varios galardones importantes, entre ellos el Premio de poesía Gabriela Mistral en 1962, el Premio Estímulo CRAV en 1963, el Premio Eduardo Anguita en 1993 y el premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile, entre otros.
Su obra poética vivencial, cargada de nostalgia (pero no de melancolía, una “alegre nostalgia” manifiesta en el anhelo de felicidad) y remembranzas de sus entornos originales, muy concreta y clara, llena de vívidas imágenes cotidianas llevadas a un realismo poderoso en imágenes. Su escritura clara y ausente de pomposidad hace que su poesía, nunca simplista, se lea con facilidad mientras evoca nítidas experiencias de vida. Algunos llaman “poesía lárica” a esta expresión poética, tan relacionada a su entorno material. Aunque su obra pugna por lo creativo, no escasea en estética, por el contrario, ésta aparece en forma natural en sus trabajos.
Vivió sus últimos años en ardua actividad poética, residiendo con mayor permanencia en La Ligua y Cabildo (Región de Valparaíso, Chile), en un viejo molino de madera (localidad de El Molino del Ingenio), visitado y visitando a sus amigos y colegas poetas con quienes sostenía animadas lecturas y tertulias.
Fue nombrado Hijo benemérito de la ciudad de Lautaro en 1994.
Murió a los 60 años en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar el 22 de Abril de 1996 y sus restos mortales descansan en el cementerio de La Ligua. Días antes de su muerte había confiado a un amigo su último poema: “Si alguna vez mi voz deja de escucharse piensen que el bosque habla por mí con su lenguaje de raíces”.
Su obra poética:
-Para ángeles y gorriones, 1956
-El cielo cae con las hojas, 1958
-El árbol de la memoria, 1961
-Los trenes de la noche y otros poemas, 1961
-Poemas del País de Nunca Jamás, 1963
-Poemas secretos, 1965
-Crónica del forastero, 1968
-Muertes y maravillas, 1971
-Para un pueblo fantasma, 1978
-La Isla del Tesoro (con Juan Cristóbal, poeta peruano), 1982
-Cartas para reinas de otras primaveras, 1983
-Los dominios perdidos (Antología), 1992
-El molino y la higuera, 1994
-Hotel Nube (póstumo), 1996
-En el mudo corazón del bosque (póstumo), 1997
-Lo soñé o fue verdad (póstumo), 2003
También se ha publicado:
-La confesión de un granuja. Traducción con Gabriel Barra del libro del poeta ruso Sergéi Yesenin, en 1973
-Le petit Teillier illustré. Edición con poemas de Jorge Teillier y Germán Arestizabal con dibujos de G. Arestizábal, en1993
La invención de Chile, con Armando Roa, en 1994
Los trenes que no has de beber. Poesía de Jorge Teillier con ilustraciones de Germán Arestizábal, 1994
Poesía universal traducida por poetas chilenos, 1996
Prosas (recopilación de Ana Traverso), 1999
Entrevistas, 1962-1996 (recopilación de Daniel Fuenzalida), 2001
Póstumamente se han publicado varias antologías de Jorge Teillier