miércoles, 6 de enero de 2010

Antonio Gamoneda (España, 1931)

Amigos míos, creo que no hay mejor manera de empezar un buen año 2010. FELIZ 2010 para todos ustedes. La poesía colme y plague todo este año en sus vidas.

Seguirá siendo la característica de este blog, la minuciosidad de la biografía. Podrán apreciar que en ningún momento copiamos de un lugar a otro, de una página a estas. Nos valemos de muchas para lograr un producto útil y de buena calidad para quienes realmente se interesan en la buena poesía. Intentamos incentivar la adquisición de los libros de nuestros autores, por eso limitamos la cantidad de poemas. Ojalá el sabor de ellos impregne vuestra lectura y, para aquellos que no logren conseguir los libros, por cualquiera sea la razón, bueno, sirvan estos obsequios para degustar la maravilla.

Los dejo con este poeta español, uno de los más grandes (si no el más grande), poetas vivos de la lengua española, don Antonio Gamoneda.




"... no hay palomas extraviadas en la eternidad,

no hay eternidad." 

Antonio Gamoneda Lobón (Oviedo, España, 1931)

Antonio Gamoneda Lobón, nació en Oviedo el 30 de mayo de 1931. Su padre, periodista y escritor, don Antonio Gamoneda, publicó un libro de poesía modernista en 1919 que tituló “Otra más alta vida” y participó activamente en la revolución de 1934, en Asturias. Este mismo año, cuando el pequeño Antonio contaba con 2 años de edad, queda huérfano de padre. Entonces, tras aquel triste acontecimiento, ya en 1934, su madre, doña Amelia Lobón, decide trasladarse a León tras aquel triste acontecimiento. Llegan así al barrio ferroviario de El Crucero, zona de predominante clase obrera y trabajadora.  Allí  vivirán la guerra civil española y debido a ello Gamoneda verá estorbado su inicio escolar, por lo cual se verá obligado a aprender a leer en el libro que su padre había publicado.

Guerra, violencia, muerte y represión entre connacionales, serán los tópicos que impresionarán la mente y el espíritu del pequeño Antonio, quien encontrará refugio en los brazos de su madre. Los trazos duros de la guerra y las pinceladas dulces de su madre, se impresionarán su letra y su memoria.

A los 10 años inicia su instrucción escolar oficial en el Colegio de los Padres Agustinos, aunque este período será breve y de no muy gratos recuerdos. No fue penoso por tanto que desde 1945 trabajara como recadero de una agencia bancaria del Banco Mercantil (inexistente en la actualidad). Mientras desarrolla esta actividad logra terminar sus educación media cursando estudios libres y se hace parte de la resistencia intelectual contra el franquismo. En estas circunstancias surgirán muchas de sus ideas y conocerá de cerca el dolor de ver la desaparición de muchos de sus amigos y compañeros. Trabajó en dicho banco por veinticuatro años, hasta 1969. Ya en 1945 había terminado de escribir su libro “A la sombra del hambre”. Entre 1947 y 1953 escribe “La tierra y los labios”, obra sobre poética y crítica de arte, la cual no será publicada sino hasta la aparición de “Edad”, libro que resume la poesía de Gamoneda escrita hasta 1987. Esto mismo sucede con “Exentos I” escrita entre 1959 y 1960Entre 1953 y 1959 escribe su primer poemario, “Sublevación inmóvil”, el cual publicará en Madrid en 1960. Esta obra logra un accésit del premio de poesía Adonais. Su obra continuará con Blues castellano, escrita entre 1961 y 1966, obra que no será no publicada por motivos de censura hasta 1982. Seguirá  “Exentos II”, titulada también “Pasión de la mirada”, escrita entre 1963 y 1970, la cual será publicada con múltiples variaciones en León en 1979 con el título León de la mirada.

En 1969 crea y dirige, en la Diputación provincial de León, los llamados Servicios Culturales. En 1970 y en el intento de dar buen uso a los ingresos que proporciona la dictadura, crea la colección “Provincia de poesía”, esfuerzo de promoción cultural progresista. Esto marcará una nueva etapa de actividad en la vida de Gamoneda, quien será despedido y recontratado en muy corto tiempo e iniciará su colaboración con varias revistas culturales. Por su edad, fue enlace entre los dos grupos poéticos leoneses constituidos alrededor de las revistas Espadaña (1944-1951), en la que colaboró sólo en su época final, y Claraboya (1963-1968).

Tras esta primera etapa poética, Antonio Gamoneda entra en un silencio poético de casi ocho años, tiempo definitivamente señalado por la muerte deFranco y el inicio de época de transición del pueblo español, lo cual, según manifestación del propio Gamoneda, fue tiempo “de depresión añadida…y la poesía era un amor presente pero imposible.” Tal vez por aquel momento, Gamoneda asista a una suerte de crisis existencial e ideológica que marcará su obra próxima, la cual publicará en León, en 1970, bajo el título “Descripción de la mentira”, poema de largo aliento mostrará una madurez poética ya desenvuelta. Aunque escrito entre 1961 y 1966, su libro “Blues castellano”, se publicó recién en 1982, debido a la censura, ya que graficaba, en una estructura casi “responsorial” y simulando una métrica “jazzista”, la realidad áspera y demoledora de aquel momento. Esta publicación será seguida por “Lápidas”, en 1987, libro más heterogéneo que el anterior en razón de sus motivos y composición estructural, pero con un lenguaje y una concepción del mundo coherentes con él. Publicará a continuación el ya mencionado “Edad”, obra en que recapitula toda su obra previa, y que será prologada por un acucioso estudio de Miguel Casado. Edad obtuvo el Premio Nacional de Poesía de 1988.Ya en 1985, Antonio Gamoneda había sido galardonado con el Premio Castilla y León de las Letras.

Fue gerente, en los años ochenta, de la Fundación Sierra-Pambley, heredera del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza.

Aunque escrito entre 1961 y 1966, su libro “Blues castellano”, se publicó recién en 1982, debido a la censura, ya que graficaba, en una estructura casi “responsorial” y simulando una métrica “jazzista”, la realidad áspera y demoledora de aquel momento.

En1992 publica “El Libro del Frío”, trabajo con el que se sitúa en la “categoría” de los poetas imprescindibles de la lengua castellana y en donde muestra una inusual certeza de apuntes, novedad inestimable para la poesía en lengua castellana. A este libro, en el año 2000, se le adiciona de manera acertadísima, la obra visual “Frío de Límites”, la cual procede de un trabajo conjunto con el pintor y escultor español Antoni Tàpies (Barcelona, 1923). Ya anteriormente, Antonio Gamoneda había integrado a su trabajo el factor visual, cuando en 1936 su letra acompañó a un grupo de serigrafías del pintor español Juan Galea Barjola (Premio Nacional de Artes Plásticas, España en 1985. Fallecido en 2004), las cuales no llegaron a publicarse.

Entre 1993 y 1998, convencido de la multitudinaria presencia de poesía en los escritos antiguos, con la ayuda de un volumen de medicina arcaica de Dioscórides, traducido al español del siglo XVI por Andrés Laguna, Gamoneda publica “El libro de los venenos”, en una apuesta poética personalísima y cargada de su visión artística.

Posteriormente, en 2003, publica “Arden las pérdidas”, juega poéticamente en el interfaz entre esta y cualquier otra vida posterior. En 2004, “Cecilia” y este mismo año, un volumen que reúne su poesía desde 1947 a 2004, que tituló “Esta luz”.

En el año 2006 recibe los premios Reina Sofía de poesía iberoamericana, el Prix Européen de Littérature y el Premio Cervantes.

Ha recibido además la Medalla de Oro de la ciudad de Pau, la Medalla de Plata del Principado de Asturias, el Premio “Leteo”, la Medalla de Oro de la Provincia de León y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. Ha sido nombrado Hijo Adoptivo de León y de Villafranca del Bierzo y además Doctor Honoris causa por la Universidad de León. El 20 de abril de 2008 introdujo un mensaje en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, cuyo contenido se sabrá en 2022.

Recientemente, Antonio Gamoneda ha sido galardonado con el Premio Quijote de las Letras Españolas 2009, que concede la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE) y que reconoce la obra de toda una vida.

En marzo de 2009 se estrenó el documental “Antonio Gamoneda. Escritura y alquimia”, rodado en 2007, dirigida por Enrique Corti y César Rendueles, y con guión de Amalia Iglesias y Julia Piera.

En 2009 publica “Extravío en la luz”, obra poética que añade el trabajo visual de Juan Carlos Mestre.

 

 

Obra poética:

 

Sublevación inmóvil, Madrid, 1960. .

Descripción de la mentira, León, 1977.

León de la mirada, León, 1979.

Blues castellano, Gijón, 1982.

Lápidas, Madrid, 1986.

Edad  (poesía reunida 1947-1986), Madrid, 1987.

Libro del frío, Madrid, 1992.

Sección de la memoria, Ponferrada,1993.

Poemas, Palma, 1996.

Cuaderno de octubre, Madrid, 1997.

Libro de los venenos, Madrid, 1997.

Pavana impura, Huelva, 2000.

Sólo luz: antología poética, Valladolid, Castilla y León, 2000.

Arden las pérdidas, Barcelona, 2003.

La voz de Antonio Gamoneda. Madrid, 2004.

Reescritura, Madrid, 2004.

Cecilia. Teguise, 2004.

Esta luz (poesía reunida 1947-2004), Barcelona, 2004.

Extravío en la luz, 2009

El 10 de diciembre de 2009, en la sede del Instituto Cervantes de París (7, rue Quentin Bauchart. 75008 París), se realizó la presentación de la traducción al francés de la obra del escritor leonés Antonio Gamoneda ‘Libro de los venenos’ con el título "Livre des poisons".

 

 

Obras en prosa:

 

Relación y fábula, Santander, 1997.

Descripción del frío, León, 2002.

 

Ha escrito además algunos ensayos y colaborado con varia obras colectivas, tanto puramente poéticas, como añadiendo su color al arte pictórico de maestros del arte visual.

A continuación, unas maravillas de muestra de este poeta alucinante:

 

 

II

 

            Y este don de morir, esta potencia                    

            degolladora de dolor, ¿de dónde           

            viene a nosotros? ¿En qué dios se esconde              

            esta forma siniestra de clemencia?                   

 

 

            Una sola divina descendencia               

            a esta zona de sombra corresponde.                

            Si tú hablas a un dios, cuando responde                    

            viene la muerte por correspondencia.              

 

 

            Si no fuera cobarde, si, más fuerte,                   

            en un rayo pudiera por la boca               

            expulsar este miedo de la muerte,                     

 

 

            como este inmortal encadenado            

            sería puro en el dolor. ¡Oh roca,             

            mundo mío de sed, mundo olvidado!

 

                                               (fragmento de “Prometeo en la frontera”

                                                            del libro “Sublevación inmóvil”)

 

 

Sublevación

 

            Juro que la belleza            

            no proporciona dulces                  

            sueños, sino el insomnio            

            purísimo del hielo,             

            la dura, indeclinable                     

            materia del relámpago.                 

 

 

            Hay que ser muy hombre para               

            soportar la belleza:            

            ¿quién, invertido, separa,            

            hace tumbas distintas                  

            para el pan común y la                 

            música extremada?                      

 

 

            Ay de los fugitivos,            

            de los que tienen miedo              

            de sus propias entrañas.              

            Si una vez el silencio                   

            les hablase, ¿sabrían                   

            respirar la angustiosa                   

            bruma de los espíritus?                

            ¿Cantarían su propia                    

            conversión al espectro?               

 

 

            Y aquellos otros, estos                 

            miserables amados,                      

            justificados por el dolor:               

            advertid que tan sólo                    

            a los perros conviene                   

            crecimiento de alarido.                 

 

 

            Algo más puro aún            

            que el amor, debe              

            aquí ser cantado;               

            en cales vivas, en              

            materias atormentadas,                

            algo reclama curvas                      

            de armonía. No es             

            la muerte. Este orden                   

            invisible                   

            es                  

            la libertad.                

 

 

            La belleza no es                 

            un lugar donde van                      

            a parar los cobardes.                     

 

 

            Toda belleza es                  

            un derecho común            

            de los más hombres. La               

            evasión no concede                     

            libertad. Sólo tiene             

            libertad quien la gana.                  

 

 

            Solicito                     

            una sublevación                

            de paz, una tormenta                    

            inmóvil. Quiero, pido                     

            que la belleza sea             

            fuerza y pan, alimento                  

            y residencia del dolor.                   

 

 

            Un mismo canto pide                   

            la justicia y la                      

            belleza.                    

            Sea la luz                

            un acto humano.               

            Se puede                 

            morir             

            por esta                    

            libertad.                    

 

 

 

Malos recuerdos

 

La vergüenza es un sentimiento revolucionario.

 

(Karl Marx)                       

 

 

            Llevo colgados de mi corazón                

            los ojos de una perra y, más abajo,                   

            una carta de madre campesina.             

 

 

            Cuando yo tenía doce años,                   

            algunos días, al anochecer,                    

            llevábamos al sótano a una perra                     

            sucia y pequeña.               

 

 

            Con un cable le dábamos y luego                     

            con las astillas y los hierros. (Era                       

            así. Era así.              

            Ella gemía,              

            se arrastraba pidiendo, se orinaba,                   

            y nosotros la colgábamos para pegar mejor).              

 

 

            Aquella perra iba con nosotros               

            a las praderas y los cuestos. Era            

            veloz y nos amaba.           

 

 

                                    (En “Blues castellano”)

 

 

 

Caigo sobre unas manos

 

            Cuando no sabía               

            aún que yo vivía en unas manos,                     

            ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.               

 

 

            Yo sentía que la noche era dulce                      

            como una leche silenciosa. Y grande.             

            Mucho más grande que mi vida.            

            Madre:                      

            era tus manos y la noche juntas.                       

            Por eso aquella oscuridad me amaba.             

 

 

            No lo recuerdo pero está conmigo.                    

            Donde yo existo más, en lo olvidado,               

            están las manos y la noche.                   

            A veces,                   

            cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra                     

            y ya no puedo más y está vacío             

            el mundo, alguna vez, sube el olvido               

            aún al corazón.                  

            Y me arrodillo                     

            a respirar sobre tus manos.                     

            Bajo              

            y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;                      

            y tus manos son grandes; y la noche               

            viene otra vez, viene otra vez.                 

            Descanso                

            de ser hombre, descanso de ser hombre.                    

 

 

Blues del nacimiento

 

            Nació mi hija con el rostro ensangrentado                  

            y no me la dejaron ver despacio.           

            Nació mi hija con el rostro ensangrentado                  

            pero me la quitaron de las manos.                    

 

 

            Mi hija ahora ya va a hacer tres años               

            y habla conmigo y ella ve mi rostro.                  

            Mi hija ahora ya va a hacer tres años               

            y canta y piensa pero ve mi rostro.                    

 

 

            Yo ahora ya no me pregunto                  

            por qué se ama a un rostro ensangrentado.               

 

 

 

Descripción de la mentira

 

El óxido se posó en mi lengua...

 

El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.

 

El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,

 

y no acepté otro valor que la imposibilidad.

 

Como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,

 

escuché la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;

 

escuché la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí;

 

escuché hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu,

 

y no pude resistir la perfección del silencio.

 

No creo en las invocaciones pero las invocaciones creen en mí:

 

han venido otra vez como líquenes inevitables.

 

La fermentación del verano se introduce en mi corazón y mis manos se deslizan cansadas en la lentitud.

 

Vienen rostros sin proyectar sombra ni hacer crujir la sencillez del aire;

 

sin osamenta ni tránsito, como si consistieran únicamente en el contenido de mis ojos, en la unidad de mis palabras, en el espesor de mis oídos.

 

Son obedientes y yo siento su reunión como una salud que se refugia en la oscuridad.

 

Es una amistad dentro de mí mismo;

 

es un estambre urdido por manos que son suaves en el interior de los días.

 

Ahora es verano y me proveo de alquitranes y espinas y lápices iniciados,

 

y las sentencias suben hacia las cánulas de mis oídos.

 

He salido de la habitación obstinada.

 

Puedo hallar leche en frutos abandonados y escuchar llanto en un hospital vacío.

 

La prosperidad de mi lengua se revela en cuanto fue olvidado durante mucho tiempo y sin embargo visitado por las aguas.

 

Éste es un año de cansancio. Verdaderamente es un año muy viejo.

 

Éste es el año de la necesidad.

 

Durante quinientas semanas he estado ausente de mis designios,

 

depositado en nódulos y silencioso hasta la maldición.

 

Mientras tanto la tortura ha pactado con las palabras.

 

Ahora un rostro sonríe y su sonrisa se deposita sobre mis labios,

 

y la advertencia de su música explica todas las pérdidas y me acompaña.

 

Habla de mí como una vibración de pájaros que hubiesen desaparecido y retornasen;

 

habla de mí con labios que todavía responden a la dulzura de unos p rpados.

 

 

                                                        (En “Descripción de la mentira”)

 

Vi la sombra perseguida...

 

Vi la sombra perseguida por látigos amarillos,

 

ácidos hasta los bordes del recuerdo,

 

lienzos ante las puertas de la indignación.

 

Vi los estigmas del relámpago sobre aguas inmóviles, en extensiones visitadas por presagios;

 

vi las materias fértiles y otras que viven en tus ojos;

 

vi los residuos del acero y las grandes ventanas para la contemplación de la injusticia (aquellos óvalos donde se esconde la fosforescencia):

 

era la geometría, era el dolor.

 

 

 

Vi cabezas absortas en las cenizas industriales;

 

yo vi el cansancio y la ebriedad azul

 

y tu bondad como una gran mano avanzando hacia mi corazón.

 

Vi los espejos ante los rostros que se negaron a existir:

 

era el tiempo, era el mar, la luz, la ira.

 

                                                           (En “Lápidas”)

 

 

 

Desde los balcones...

 

Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.

 

(Mi madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró las hojas del balcón lentamente).

 

 

 

Eran días atravesados...

 

Eran días atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada y su nombre.

 

Al confluir cerca de mi casa, las sebes definían sendas que, entrecruzándose sin conducir a ninguna parte, cerraban minúsculos praderíos a los que yo acudía con mi cordero. Jugaba a extraviarme en el pequeño laberinto, pero sólo hasta que el silencio hacía brotar el temor como una gusanera dentro de mi vientre. Sucedía una y otra vez; yo sabía que el miedo iba a entrar en mí, pero yo iba a las praderas.

 

Finalmente, el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban también podían decidir sobre la administración de la muerte.

 

 

Alguien ha entrado...

 

Alguien ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad del corazón.

 

Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace cerrar los ojos.

 

Es la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte.

 

 

 

Tengo frío...

 

Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón.

 

Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras, pero, ¿qué hago yo delante del abismo?

 

Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado.

 

 

 

El animal que llora...

 

El animal que llora, ése estuvo en tu alma antes de ser amarillo;

 

el animal que lame las heridas blancas,

 

ése está ciego en la misericordia;

 

el que duerme en la luz y es miserable,

 

ése agoniza en el relámpago.

 

 

 

La mujer cuyo corazón es azul y te alimenta sin descanso,

 

ésa es tu madre dentro de la ira;

 

la mujer que no olvida y está desnuda en el silencio,

 

ésa fue música en tus ojos.

 

 

 

Vértigo en la quietud: en los espejos entran sustancias corporales y arden palomas. Tú dibujas juicios y tempestades y lamentos.

 

 

 

Así es la luz de la vejez, así

 

la aparición de las heridas blancas.

 

 

 

Hay un anciano...

 

Hay un anciano ante una senda vacía. Nadie regresa de la ciudad lejana; sólo el viento sobre las últimas huellas.

 

Yo soy la senda y el anciano, soy la ciudad y el viento.

 

 

                              (Poemas extraídos de “Libro del frío”)

 

 

Siento el crepúsculo...

 

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

 

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos

 

y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

 

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.

 

 

 

Hay

 

grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

 

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van

 

a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

 

Es la agonía y la serenidad.

 

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya

 

la única sabiduría es el olvido.

 

 

 

Vi lavandas sumergidas...

 

Vi lavandas sumergidas en un cuenco de llanto y la visión ardió en mí.

 

Más allá de la lluvia vi serpientes enfermas -bellas en sus úlceras transparentes-, frutos amenazados por espinas y sombras, hierbas excitadas por el rocío. Vi un ruiseñor agonizante y su garganta llena de luz.

 

Estoy soñando la existencia y es un jardín torturado. Ante mí pasan madres encanecidas en el vértigo.

 

Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía, me he extenuado en preguntas que aún percuten en mí como un caballo que galopase tristemente en la memoria.

 

Aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a caer en el frío de mi propio corazón.

 

Así es la vejez: claridad sin descanso.

 

 

                                       (Poemas extraídos de “Arden las pérdidas”)

 

 

Oigo tu llanto...

 

Oigo tu llanto.

 

Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmóviles, pero no estás: sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños.

 

¿Todo en mí es ya desaparición?

 

No aún. Más allá del silencio,

 

oigo otra vez tu llanto.

 

 

 

Qué extraña se ha vuelto la existencia:

 

tú sonríes en el pasado

 

y yo sé que vivo porque te oigo llorar.

 

 

 

Como si te posases...

 

Como si te posases en mi corazón y hubiese luz dentro de mis venas y yo enloqueciese dulcemente; todo es cierto en tu claridad:

 

te has posado en mi corazón,

 

hay luz dentro de mis venas,

 

he enloquecido dulcemente.

 

 

                                            (Poemas extraídos de “Cecilia”)

 

 

 

Sacudí la ceniza... (o Manos)

 

Sacudí la ceniza de mis párpados.

 

Busque el día en el interior de la noche y, si, se abrió en mí.

 

Era como ser y no ser.

 

Descansé de mí mismo

 

hasta que mis venas se vaciaron en la luz.

 

Me acerqué a las materias visitadas por cuchillos, a las que gritan

 

hasta despertar el corazón

 

y aún sentí la pulsación del hierro y la pasión de las máquinas

 

enloquecidas en la inmovilidad.

 

En la pausa mortal, una vez más,

 

pasaron lentamente sobre mí tus manos.


                                                                  (Del libro "Extravío en la luz")

 

Hablo con Amancio

 

De las moreras abrasadas por la luz, las visitadas por serpientes ciegas;

de los pinares inmóviles en el espesor del pasado;

de los grandes perales en cuyos frutos se alimentan pájaros invisibles

y de los fresnos temblorosos

 

surge la musculatura encendida en cifras incomprensibles, las que se desprenden de la serenidad y del dolor;

surge el bañista indeciso sobre el hermano amortajado en su propia luz;

surge el monstruo arrodillado ante sí mismo, el espectador del vértigo;

surge el ser silencioso, el conocedor de abismos habitados por los grandes bífidos y por los ancianos en cuyas venas hierve la misericordia;

surge el ser pensativo en su propia blancura y en la tristeza de sus genitales;

surge el ser andariego, el que lleva en sus brazos al animal herido por presagios;

surge el gigante insomne, el enloquecido por los astros y atormentado por la geometría.

 

Amancio: tú hieres y acaricias la madera en nombre de la libertad;

tú sueñas en el interior del bronce y en las celdas graníticas,

amas el resplandor de los cuchillos, entras en las arterias vegetales,

creas al mismo tiempo el resplandor y la sombra,

llevas la vida al interior de la muerte.

 

Tú atraviesas olvido y conduces relámpagos a la quietud. Así, en tus manos,

la madera es sagrada.


                                                        (En la web del escultor Amancio González)