domingo, 13 de diciembre de 2009

Antonio Porpetta (España, 1936)


"...Traías en tus manos la pulpa de las olas"

Antonio Porpetta (Alicante, España, 1936)

Antonio Porpetta nace en Elda, Alicante, el 14 de febrero de 1936, su padre, don Antonio Porpetta Clérigo, médico de profesión tuvo gran influencia en su predilección por las letras. Una familia cuyo nivel cultural sobresalía y se regocijaba en la música docta y la buena literatura. Inicia su vida escolar en el colegio de la hermanas Carmelitas para proseguir en las Escuelas nacionales y finalizar su bachillerato en el colegio privado Santo Cristo del Buen Suceso. Toda esta actividad escolar y la importantísima influencia paterna, lo llevaron a, tras finalizar su bachillerato a los 16 años y marchar a Madrid para realizar estudios universitarios, convertirse en abogado y en un amante fervoroso de las buenas letras tras entrar en contacto con las obras de Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Azorín, Gabriel Miró, Unamuno, Tolstoi, etc., para abrirse luego a la belleza trascendente de la poesía latinoamericana. Realiza también un Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, impartido por el Consejo Superior de Investigaciones científicas de España.

Ya en 1956, la Revista Fiestas Mayores, publica un trabajo de su autoría que alcanza un premio en los Fuegos Florales eldenses de ese mismo año. Inició su labor literaria con la publicación del libro de poemas Por un cálido sendero (Madrid, 1978).

Obtiene su licenciatura de derecho a los 21 años y da comienzo a su vida laboral, inicialmente en una compañía tabacalera capitalina y posteriormente en Laboratorios Farmacéuticos de Madrid, donde se encarga de trabajos administrativos. Este puesto le permite viajar y conocer gente y situaciones que irán llenando las aras de su verso para volcarse después por entero, a la poesía. Así, cuenta don Antonio, “logro por fin a los 53 años, y con el apoyo de mi esposa, tomar por las riendas mi destino, renunciar a la administración y dedicarme de lleno a mi amada poesía”.

Anecdóticamente, pero no por ello de poca importancia, dada su buena voz y su buen oído musical, llega a formar un conjunto musical en el que participa bajo el nombre artístico de José Miranda, llegando a actuar en numerosas salas de fiestas de Cataluña.

En 1961, contrae matrimonio con la poeta y editora Luz María Jiménez Faro. Al poco tiempo se mudan a Madrid, donde deciden fijar su residencia. Tienen dos hijas, Paloma y Marta, ambas historiadoras, y en total, hasta 2008, tenían 5 nietos.

Antonio Porpetta se doctoraría, muchos años después de su licenciatura, en Ciencias de la Información, Filología española, en la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis sobre la obre de Gabriel Miró.

Tras decidirse por entero por la poesía, inicia una vida pública intensa, habiendo visitado más de 130 universidades e instituciones académicas y centros culturales extranjeros, participando como ponente en conferencias, seminarios, lecturas y encuentros poéticos de la más diversa índole. Así, su labor ha sido destacada en diferentes lugares del mundo y se le ha galardonado, por mencionar algunos ejemplos, con la Llave de Oro de la Ciudad de Smederevo, Serbia, la Proclama de Honor de la Presidencia del Condado de Manhattan, y los nombramientos de membresía en las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca, de la lengua española.

Su recorrido mundial ha incluido, entre otros, países como: Alemania, Argentina, Australia, Bulgaria, Canadá, Colombia, Costa Rica, Chile, El Salvador, Estados Unidos, Finlandia, Gran Bretaña, Guatemala, El Líbano, Marruecos, Méjico, Montenegro, Nueva Zelanda, Puerto Rico, República Dominicana, República de Macedonia, Rumania, Rusia, Siria, Suiza, Taiwán, Túnez y Yugoslavia.

Además, su vasta obra ha sido objeto de distintas premiaciones, de las cuales, aquí mencionaremos las que pertenecen a su obra poética: Premio Ángaro (1980, Sevilla); Premio Gules (1981, Valencia); Premio Hilly Mendelssohn (1983, Madrid); Premio VIII Bienal de Poesía Provincia de León (1985,León, Diputación Provincial); Premio Fastenrath (1987, Madrid, Real Academia Española de la Lengua); Premio José Hierro (1996, San Sebastián de los Reyes/Madrid); Premio Ciudad de Valencia de Poesía en Castellano (1999, Valencia); Premio de la Crítica Literaria Valenciana (2001, Alicante), entre otros. Parte de su poesía ha sido traducida y publicada en formato de libro a los idiomas: alemán, inglés, ruso, serbio, rumano, valenciano, italiano, portugués, francés y árabe, y una de sus antologías poéticas más extensas fue editada en sistema Braille por la Organización Nacional de Ciegos de España.

Su obra poética:

1) Por un cálido sendero (1978, Madrid, Sala Editorial)

2) La huella en la ceniza. Prólogo de Leopoldo de Luis (1980, Alicante, Instº. de Estudios Alicantinos)

3) Cuaderno de los acercamientos (1980, Sevilla, Colec. Ángaro)

4) Meditación de los asombros. Prólogo de José Hierro (1981, Valencia, Edit. Prometeo)

5) Ardieron ya los sándalos (1982, Madrid, Edit. Rialp, Colec. Adonais);

6) El clavicordio ante el espejo (1984, Madrid, Asoc. de Escritores y Artistas Españoles)

7) Los sigilos violados (1985, León, Instº. Fray Bernardino de Sahagún)

8) Territorio del fuego (1988, 2ª. edic. 1989, Madrid, Edic. Torremozas)

9) Década del insomnio -Antología 1980-1990-. Estudio preliminar y selección de José Mas (1990, Madrid, Edic. Libertarias)

10) Antología breve para estudiantes. Introducción y selección de Salvador Pavía (1992, Elda/Alicante, A.P.A.Instº.deBachillerato“Azorín”)

11) Adagio mediterráneo (1997, San Sebastián de los Reyes/Madrid, Universidad Popular “José Hierro”)

12) Silva de extravagancias. Introducción de Pedro J. de La Peña. (2000, Madrid, Ed.Calambur)

13) Penúltima intemperie (Antología personal). Palabras previas de F. Martínez Ruiz. (2002, Valencia, Institució Alfons El Magnànim)

14) De la memoria azul (2002, Valencia, Institució Alfons el Magnànim)

15)Como un hondo silencio de campanas. Prólogo de David Escobar Galindo (San Salvador, 2005).

16)La mirada intramuros. Prólogo de Rafael Carcelén (2007, Huerga y Fierro editores, S.L.U.)

Ha escrito también ensayos relacionado siempre con poesía, un par de libros en prosa, y aparece antologado en diversos libros, incluyendo de habla inglesa y rumana.

A continuación, algunos poemas representativos de su vasta obra:

 

Asunción del olvido           

Se cumplirán los ritos:

la memoria

ejercerá su oficio dignamente

derramando su lluvia de crepúsculos

en los labios insomnes.

Primero será un fuego,

un crepitar de vidrios luminosos,

un huracán de espuma

sediento y fugitivo.

 Pero las viejas guzlas

sonarán dulcemente entre las llamas,

irán adormeciéndolas, velando

su dolido clamor.

Después serán las brasas,

el cansancio tenaz de unos reflejos

cada vez más lejanos,

cada vez más heridos

por una lenta niebla:

las palabras,

las huellas y los gestos

comenzarán su exilio hacia regiones

que jamás conocieron.

Implacable

se extenderá una sombra duradera.

Y luego, la ceniza,

con su quietud de estatua derruida,

testimonio de todos los inviernos,

brújula del silencio,

resumiendo la nada.

Nosotros,

desde playas remotas,

podremos contemplar cómo la hiedra

recubre nuestros nombres, cómo el frío

invade nuestro imperio.

No habitará el rencor en nuestros ojos

ni la nostalgia antigua

nos rozará las sienes.

     Impasibles

veremos germinar aquella ausencia,

aquella oscuridad, aquel callado

y largo desamor...

Mas seguirán unidas nuestras manos,

a pesar del olvido.

                                    (de “Ardieron ya los sándalos”, 1982)

 

Los suicidas

Suicidarse en el mar es como desnacerse

en el claustro materno,

es como retornar a la tibieza

de la verdad primera,

redescubrir el hálito fugaz que nos perdura,

quizás la certidumbre

    de que también el fin

puede ser una forma de empezar.

Hay suicidas muy torpes: tienen prisa

en sus renunciaciones

y eligen sin pensar acantilados

altos como el desprecio,

foscos como la ruina

para el vuelo final.

Acaban casi siempre

como siempre vivieron: en alguna caverna

de escollos heridores,

atrapados en redes sin linaje,

recubiertos de umbría,

anclados a su malva soledad.

Pero hay quienes ofician el suicidio

como un rito: se visten

de túnicas muy blancas,

con guirnaldas de flores

dan prestigio a sus sienes,

y enaltecen sus cuellos y sus manos

con bellísimas joyas y abalorios

cuyo fulgor conforta los sentidos

y el ánimo sosiega

          y la inocencia acrece.

Después, tras consultar tablas lunares,

astrónomos, augures, cartas de marear,

escogen una fecha de otoño transparente

y con el claroscuro de la tarde vencida

se internan con cuidado entre las aguas,

la mirada en sus culpas,

el olfato en su ausencia,

el tacto en sus ensueños,

mientras van repitiendo las palabras

que jamás escucharon

y que siempre quisieron escuchar...

Con su gentil y antigua cortesía

acoge nuestro mar a estos pulcros suicidas,

les da la bienvenida, les recibe

en su inmenso nidal.

Y arrullando su frágil mansedumbre,

entre un magno silencio de ondas y presagios,

les orienta hacia dársenas ocultas,

hacia anónimas calas donde aguarda

una pequeña barca que ya tiene

  la orden de partir.

            (de “Adagio mediterráneo”, 1997)

 

Donde las manos de la amada, con su destreza, protagonizan una hermosa aventura

Hablan, cantan, respiran,

amanecen.

 

Vuelan, indagan, dudan,

se cobijan.

 

Averiguan, descubren,

se apresuran.

 

Amurallan, acechan,

se confían.

 

Avanzan, acometen,

se detienen.

 

Disimulan, conspiran,

se deslizan.

 

Prosiguen, se demoran,

permanecen.

 

Acosan, se apoderan,

domestican .

Dilapidan, incendian,

se enardecen.

 

Ya persiguen,

ya insisten,

ya arrecian,

ya se ensañan,

ya rinden,

ya derrocan.

 

      Ya vendimian.

 

Ya desisten,

      renuncian

       se someten.

Ya proclaman la noche y se serenan.

Ya conducen,

      invitan,

         acompañan .

                        (de “Territorio de Fuego”, 1988)

 

Teoría del tiempo    

Ese polen oscuro que implacable

va cubriendo de injurias nuestra frente,

esa hiedra taimada que incesante

va sembrando distancia en nuestros ojos,

esa lluvia de sombra que insensible

va inundando de lodo nuestra sangre,

ese hielo, esa herrumbre, ese derribo,

son las garras del tiempo trabajando

despacio.

 Nadie ve

su figura felina y transparente,

ni se escucha el temblor de sus pisadas,

su respiro lentísimo

poderoso y oculto entre los días.

Pero existe, y acecha, y torvamente

va arañando las horas,

siempre abiertas las fauces

para su larga y honda mordedura.

A veces lame nuestras pobres manos

candoroso y alegre como un río,

y anilla nuestros dedos

de hermosas caracolas.

     Jubilosos

acogemos al tierno arrepentido

de su lealtad seguros. Pero pronto

vemos que se saliva se convierte

en un musgo de llanto

y que en los dedos sólo

nos crece la tristeza.

Nada queda detrás de sus crepúsculos,

nada escapa a su nieve.

       Impasible,

él sigue su camino

al trote lento de su fiel ceniza:

nunca vuelve la vista ni sonríe

a la vida que canta confiada.

Sabe que en su clepsidra de rencores

siempre el agua abrirá secretos cauces,

y vigila en la orilla, quedamente,

con la calma tenaz del invencible.

                                   (de “Los Sigilos Violados”, 1985)

 

Los ángeles del mar

 

Los ángeles del mar, cuando llega la noche,

arrastran suavemente a los ahogados

hasta playas amigas,

y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas

y peinan sus cabellos con esmero

para que no parezcan tan difuntos

y sus madres, al verlos,

no piensen en la muerte.

A veces depositan sobre sus pobres párpados

dos sestercios de plata recogidos

de algún pecio profundo

para borrar el miedo de sus ojos

y que el asombro vuelva a sus pupilas,

o ponen en sus manos caracolas y pétalos

como si fueran niños que dormidos

quedaron en sus juegos.

Finalmente, con leves movimientos,

abanican sus rostros muy despacio

y ahuyentan de sus labios las últimas palabras

dejándoles tan sólo los nombres de mujer…

Casi siempre suplican a los altos querubes

que trasladen sus almas con cuidado,

porque el mar dejó en ellas

salobres arañazos,

golpes de barlovento, heridas abisales,

y en el más largo instante

vieron como sus vidas se alejaban, se hundían,

en el temblor callado de las aguas,

y con sus vidas iba su memoria,

y en su memoria todo cuanto amaron

o pudieron amar,

y su dolor fue grande…

Cumplida su misión, vuelan los ángeles

hacia las blancas ínsulas del sueño,

Antonio Porpetta Poemas 2

y los ahogados quedan

solitarios y espléndidos

en sus dorados túmulos de arena,

serenos como dioses,

dignos en su derrota,

esperando que nazca la mañana,

que les cubra la luz,

que jamás les alcance

el frío del olvido.

 

                                   (De "Adagio Mediterráneo",1997)

 

Un día

Un día. Sólo un día. Casi nada.

Un montón ordenado de minutos,

un simple recorrido

por la redonda senda

estelada de números y dudas.

Una pizca en el torrente

voraz del universo.

Una huella en la niebla,

un humo que se marcha,

un vuelo ya olvidado

de aquel insecto mínimo

cuyo nombre jamás preguntaremos.

 

Y sin embargo, siempre, nuestra vida,

acaba siendo un día, sólo un día,

un día irrepetible ocupando su centro

y una serie de años sin sentido

sirviendo de ropaje a su memoria.

Es aquel claro día

en el que amanecemos al asombro,

porque todo es verdad a nuestro paso,

y sin ira miramos el espejo,

y por primera vez nos descubrimos

como queremos ser:

indemnes,

  plenos,

limpios,

                                  libres,

       nuestros.

            (de “Cuaderno de los acercamientos”, 1980)

 

 

El inicio

Era largo el amor bajo los pinos.

Pequeños como espigas, nuestros cuerpos

habían descubierto manantiales

de adelfas y jazmines

dormidos en la piel.

Los labios extendían

su hermosa dictadura

como si fueran ráfagas

de un viento inagotable,

y en la memoria el tiempo dispersaba

las primeras semillas de una lumbre

dulcísima y feroz.

Yo jugaba despacio con el rubio

milagro de sus trenzas,

modelaba en mis manos su ternura

hecha barro reciente y ofrecido.

Y ella, toda universo, me miraba,

duradera y fugaz, como una aurora.

Era largo el amor, y prodigiosas

aquellas horas lentas

tan repletas de luz, tan regresadas

a través de la lluvia.

Mas, ¿era aquello amor, o solamente

la vida que brotaba

fulgurante y sumisa ante nosotros?

Entonces no sabíamos

dónde estaba el secreto de los astros

y la respuesta anclada, lejanísima,

nunca rompió el sigilo.

        Pero adentro, en las hondas

veredas de la sangre,

un ancho patrimonio de volcanes

resonaba.

                                   (de El clavicordio ante el espejo”, 1984)


Miro los altos álamos


Miro los altos álamos y veo

tu voz entre las hojas,

y tu mirada escucho

entre un rumor de pájaros y ensueños.

Es de oro la tarde.

                                     Y quiero seguir vivo.

                                               (de "Silva de extravagancias", 2000)

El mar llegó contigo


Yo nunca tuve el mar:
mi infancia oscura
fue una siesta de cobre en alacenas
donde todo era fuego y jaramago,
donde todo era un rito de orfandades,
de pupilas vacías.
El mar era mi llanto:
gaviotas en mi frente
me hablaban de esa patria, dibujaban
sus azules fronteras,
su extensa libertad, su luz sonora.
Y yo en mi ausencia,
niño triste y cansado,
viendo pasar los días.
Pero llegaste tú,
y el mar llegó contigo.
Traías en tus manos la pulpa de las olas,
brilladora y furtiva, en tu pelo
un rebullir de peces asombrados,
y en tus ojos isleños
como un viento salino que cantara.
Era tu piel de arena, tu cintura
una tierna bahía,
tus pechos desbocados un refugio
de veleros sin sueño,
hasta en tu voz guardabas
un no sé qué de brújulas y espumas.
Y te acercaste a mí:
en tus acantilados
yo vi nacer el sol,
me cobijé en tus playas,
aprendí a navegar entre tus islas,
y me encontré la vida buceando
tus simas luminosas.
Yo nunca tuve el mar:
mi infancia oscura
era un sediento páramo sin nombre.
Pero llegaste tú,
y el mar llegó contigo
para siempre.


                                    (de "Ardieron ya los sándalos", 1982)



Propuesta


Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.

                                                       (de "Silva de extravagancias", 2000)


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