"...Traías en tus manos la pulpa de las olas"
Antonio Porpetta (Alicante, España, 1936)
Antonio Porpetta nace en Elda, Alicante, el 14 de febrero de 1936, su padre, don Antonio Porpetta Clérigo, médico de profesión tuvo gran influencia en su predilección por las letras. Una familia cuyo nivel cultural sobresalía y se regocijaba en la música docta y la buena literatura. Inicia su vida escolar en el colegio de la hermanas Carmelitas para proseguir en las Escuelas nacionales y finalizar su bachillerato en el colegio privado Santo Cristo del Buen Suceso. Toda esta actividad escolar y la importantísima influencia paterna, lo llevaron a, tras finalizar su bachillerato a los 16 años y marchar a Madrid para realizar estudios universitarios, convertirse en abogado y en un amante fervoroso de las buenas letras tras entrar en contacto con las obras de Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Azorín, Gabriel Miró, Unamuno, Tolstoi, etc., para abrirse luego a la belleza trascendente de la poesía latinoamericana. Realiza también un Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, impartido por el Consejo Superior de Investigaciones científicas de España.
Ya en 1956, la Revista Fiestas Mayores, publica un trabajo de su autoría que alcanza un premio en los Fuegos Florales eldenses de ese mismo año. Inició su labor literaria con la publicación del libro de poemas Por un cálido sendero (Madrid, 1978).
Obtiene su licenciatura de derecho a los 21 años y da comienzo a su vida laboral, inicialmente en una compañía tabacalera capitalina y posteriormente en Laboratorios Farmacéuticos de Madrid, donde se encarga de trabajos administrativos. Este puesto le permite viajar y conocer gente y situaciones que irán llenando las aras de su verso para volcarse después por entero, a la poesía. Así, cuenta don Antonio, “logro por fin a los 53 años, y con el apoyo de mi esposa, tomar por las riendas mi destino, renunciar a la administración y dedicarme de lleno a mi amada poesía”.
Anecdóticamente, pero no por ello de poca importancia, dada su buena voz y su buen oído musical, llega a formar un conjunto musical en el que participa bajo el nombre artístico de José Miranda, llegando a actuar en numerosas salas de fiestas de Cataluña.
En 1961, contrae matrimonio con la poeta y editora Luz María Jiménez Faro. Al poco tiempo se mudan a Madrid, donde deciden fijar su residencia. Tienen dos hijas, Paloma y Marta, ambas historiadoras, y en total, hasta 2008, tenían 5 nietos.
Antonio Porpetta se doctoraría, muchos años después de su licenciatura, en Ciencias de la Información, Filología española, en la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis sobre la obre de Gabriel Miró.
Tras decidirse por entero por la poesía, inicia una vida pública intensa, habiendo visitado más de 130 universidades e instituciones académicas y centros culturales extranjeros, participando como ponente en conferencias, seminarios, lecturas y encuentros poéticos de la más diversa índole. Así, su labor ha sido destacada en diferentes lugares del mundo y se le ha galardonado, por mencionar algunos ejemplos, con la Llave de Oro de la Ciudad de Smederevo, Serbia, la Proclama de Honor de la Presidencia del Condado de Manhattan, y los nombramientos de membresía en las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca, de la lengua española.
Su recorrido mundial ha incluido, entre otros, países como: Alemania, Argentina, Australia, Bulgaria, Canadá, Colombia, Costa Rica, Chile, El Salvador, Estados Unidos, Finlandia, Gran Bretaña, Guatemala, El Líbano, Marruecos, Méjico, Montenegro, Nueva Zelanda, Puerto Rico, República Dominicana, República de Macedonia, Rumania, Rusia, Siria, Suiza, Taiwán, Túnez y Yugoslavia.
Además, su vasta obra ha sido objeto de distintas premiaciones, de las cuales, aquí mencionaremos las que pertenecen a su obra poética: Premio Ángaro (1980, Sevilla); Premio Gules (1981, Valencia); Premio Hilly Mendelssohn (1983, Madrid); Premio VIII Bienal de Poesía Provincia de León (1985,León, Diputación Provincial); Premio Fastenrath (1987, Madrid, Real Academia Española de la Lengua); Premio José Hierro (1996, San Sebastián de los Reyes/Madrid); Premio Ciudad de Valencia de Poesía en Castellano (1999, Valencia); Premio de la Crítica Literaria Valenciana (2001, Alicante), entre otros. Parte de su poesía ha sido traducida y publicada en formato de libro a los idiomas: alemán, inglés, ruso, serbio, rumano, valenciano, italiano, portugués, francés y árabe, y una de sus antologías poéticas más extensas fue editada en sistema Braille por la Organización Nacional de Ciegos de España.
Su obra poética:
1) Por un cálido sendero (1978, Madrid, Sala Editorial)
2) La huella en la ceniza. Prólogo de Leopoldo de Luis (1980, Alicante, Instº. de Estudios Alicantinos)
3) Cuaderno de los acercamientos (1980, Sevilla, Colec. Ángaro)
4) Meditación de los asombros. Prólogo de José Hierro (1981, Valencia, Edit. Prometeo)
5) Ardieron ya los sándalos (1982, Madrid, Edit. Rialp, Colec. Adonais);
6) El clavicordio ante el espejo (1984, Madrid, Asoc. de Escritores y Artistas Españoles)
7) Los sigilos violados (1985, León, Instº. Fray Bernardino de Sahagún)
8) Territorio del fuego (1988, 2ª. edic. 1989, Madrid, Edic. Torremozas)
9) Década del insomnio -Antología 1980-1990-. Estudio preliminar y selección de José Mas (1990, Madrid, Edic. Libertarias)
10) Antología breve para estudiantes. Introducción y selección de Salvador Pavía (1992, Elda/Alicante, A.P.A.Instº.deBachillerato“Azorín”)
11) Adagio mediterráneo (1997, San Sebastián de los Reyes/Madrid, Universidad Popular “José Hierro”)
12) Silva de extravagancias. Introducción de Pedro J. de La Peña. (2000, Madrid, Ed.Calambur)
13) Penúltima intemperie (Antología personal). Palabras previas de F. Martínez Ruiz. (2002, Valencia, Institució Alfons El Magnànim)
14) De la memoria azul (2002, Valencia, Institució Alfons el Magnànim)
15)Como un hondo silencio de campanas. Prólogo de David Escobar Galindo (San Salvador, 2005).
16)La mirada intramuros. Prólogo de Rafael Carcelén (2007, Huerga y Fierro editores, S.L.U.)
Ha escrito también ensayos relacionado siempre con poesía, un par de libros en prosa, y aparece antologado en diversos libros, incluyendo de habla inglesa y rumana.
A continuación, algunos poemas representativos de su vasta obra:
Asunción del olvido
Se cumplirán los ritos:
la memoria
ejercerá su oficio dignamente
derramando su lluvia de crepúsculos
en los labios insomnes.
Primero será un fuego,
un crepitar de vidrios luminosos,
un huracán de espuma
sediento y fugitivo.
Pero las viejas guzlas
sonarán dulcemente entre las llamas,
irán adormeciéndolas, velando
su dolido clamor.
Después serán las brasas,
el cansancio tenaz de unos reflejos
cada vez más lejanos,
cada vez más heridos
por una lenta niebla:
las palabras,
las huellas y los gestos
comenzarán su exilio hacia regiones
que jamás conocieron.
Implacable
se extenderá una sombra duradera.
Y luego, la ceniza,
con su quietud de estatua derruida,
testimonio de todos los inviernos,
brújula del silencio,
resumiendo la nada.
Nosotros,
desde playas remotas,
podremos contemplar cómo la hiedra
recubre nuestros nombres, cómo el frío
invade nuestro imperio.
No habitará el rencor en nuestros ojos
ni la nostalgia antigua
nos rozará las sienes.
Impasibles
veremos germinar aquella ausencia,
aquella oscuridad, aquel callado
y largo desamor...
Mas seguirán unidas nuestras manos,
a pesar del olvido.
(de “Ardieron ya los sándalos”, 1982)
Los suicidas
Suicidarse en el mar es como desnacerse
en el claustro materno,
es como retornar a la tibieza
de la verdad primera,
redescubrir el hálito fugaz que nos perdura,
quizás la certidumbre
de que también el fin
puede ser una forma de empezar.
Hay suicidas muy torpes: tienen prisa
en sus renunciaciones
y eligen sin pensar acantilados
altos como el desprecio,
foscos como la ruina
para el vuelo final.
Acaban casi siempre
como siempre vivieron: en alguna caverna
de escollos heridores,
atrapados en redes sin linaje,
recubiertos de umbría,
anclados a su malva soledad.
Pero hay quienes ofician el suicidio
como un rito: se visten
de túnicas muy blancas,
con guirnaldas de flores
dan prestigio a sus sienes,
y enaltecen sus cuellos y sus manos
con bellísimas joyas y abalorios
cuyo fulgor conforta los sentidos
y el ánimo sosiega
y la inocencia acrece.
Después, tras consultar tablas lunares,
astrónomos, augures, cartas de marear,
escogen una fecha de otoño transparente
y con el claroscuro de la tarde vencida
se internan con cuidado entre las aguas,
la mirada en sus culpas,
el olfato en su ausencia,
el tacto en sus ensueños,
mientras van repitiendo las palabras
que jamás escucharon
y que siempre quisieron escuchar...
Con su gentil y antigua cortesía
acoge nuestro mar a estos pulcros suicidas,
les da la bienvenida, les recibe
en su inmenso nidal.
Y arrullando su frágil mansedumbre,
entre un magno silencio de ondas y presagios,
les orienta hacia dársenas ocultas,
hacia anónimas calas donde aguarda
una pequeña barca que ya tiene
la orden de partir.
(de “Adagio mediterráneo”, 1997)
Donde las manos de la amada, con su destreza, protagonizan una hermosa aventura
Hablan, cantan, respiran,
amanecen.
Vuelan, indagan, dudan,
se cobijan.
Averiguan, descubren,
se apresuran.
Amurallan, acechan,
se confían.
Avanzan, acometen,
se detienen.
Disimulan, conspiran,
se deslizan.
Prosiguen, se demoran,
permanecen.
Acosan, se apoderan,
domestican .
Dilapidan, incendian,
se enardecen.
Ya persiguen,
ya insisten,
ya arrecian,
ya se ensañan,
ya rinden,
ya derrocan.
Ya vendimian.
Ya desisten,
renuncian
se someten.
Ya proclaman la noche y se serenan.
Ya conducen,
invitan,
acompañan .
(de “Territorio de Fuego”, 1988)
Teoría del tiempo
Ese polen oscuro que implacable
va cubriendo de injurias nuestra frente,
esa hiedra taimada que incesante
va sembrando distancia en nuestros ojos,
esa lluvia de sombra que insensible
va inundando de lodo nuestra sangre,
ese hielo, esa herrumbre, ese derribo,
son las garras del tiempo trabajando
despacio.
Nadie ve
su figura felina y transparente,
ni se escucha el temblor de sus pisadas,
su respiro lentísimo
poderoso y oculto entre los días.
Pero existe, y acecha, y torvamente
va arañando las horas,
siempre abiertas las fauces
para su larga y honda mordedura.
A veces lame nuestras pobres manos
candoroso y alegre como un río,
y anilla nuestros dedos
de hermosas caracolas.
Jubilosos
acogemos al tierno arrepentido
de su lealtad seguros. Pero pronto
vemos que se saliva se convierte
en un musgo de llanto
y que en los dedos sólo
nos crece la tristeza.
Nada queda detrás de sus crepúsculos,
nada escapa a su nieve.
Impasible,
él sigue su camino
al trote lento de su fiel ceniza:
nunca vuelve la vista ni sonríe
a la vida que canta confiada.
Sabe que en su clepsidra de rencores
siempre el agua abrirá secretos cauces,
y vigila en la orilla, quedamente,
con la calma tenaz del invencible.
(de “Los Sigilos Violados”, 1985)
Los ángeles del mar
Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan sus cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos sestercios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer…
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas
salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron como sus vidas se alejaban, se hundían,
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
y su dolor fue grande…
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
Antonio Porpetta Poemas 2
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del olvido.
(De "Adagio Mediterráneo",1997)
Un día
Un día. Sólo un día. Casi nada.
Un montón ordenado de minutos,
un simple recorrido
por la redonda senda
estelada de números y dudas.
Una pizca en el torrente
voraz del universo.
Una huella en la niebla,
un humo que se marcha,
un vuelo ya olvidado
de aquel insecto mínimo
cuyo nombre jamás preguntaremos.
Y sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba siendo un día, sólo un día,
un día irrepetible ocupando su centro
y una serie de años sin sentido
sirviendo de ropaje a su memoria.
Es aquel claro día
en el que amanecemos al asombro,
porque todo es verdad a nuestro paso,
y sin ira miramos el espejo,
y por primera vez nos descubrimos
como queremos ser:
indemnes,
plenos,
limpios,
libres,
nuestros.
(de “Cuaderno de los acercamientos”, 1980)
El inicio
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz, como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo.
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba.
(de El clavicordio ante el espejo”, 1984)
Miro los altos álamos
Miro los altos álamos y veo
tu voz entre las hojas,
y tu mirada escucho
entre un rumor de pájaros y ensueños.
Es de oro la tarde.
Y quiero seguir vivo.
(de "Silva de extravagancias", 2000)
Yo nunca tuve el mar:
mi infancia oscura
fue una siesta de cobre en alacenas
donde todo era fuego y jaramago,
donde todo era un rito de orfandades,
de pupilas vacías.
El mar era mi llanto:
gaviotas en mi frente
me hablaban de esa patria, dibujaban
sus azules fronteras,
su extensa libertad, su luz sonora.
Y yo en mi ausencia,
niño triste y cansado,
viendo pasar los días.
Pero llegaste tú,
y el mar llegó contigo.
Traías en tus manos la pulpa de las olas,
brilladora y furtiva, en tu pelo
un rebullir de peces asombrados,
y en tus ojos isleños
como un viento salino que cantara.
Era tu piel de arena, tu cintura
una tierna bahía,
tus pechos desbocados un refugio
de veleros sin sueño,
hasta en tu voz guardabas
un no sé qué de brújulas y espumas.
Y te acercaste a mí:
en tus acantilados
yo vi nacer el sol,
me cobijé en tus playas,
aprendí a navegar entre tus islas,
y me encontré la vida buceando
tus simas luminosas.
Yo nunca tuve el mar:
mi infancia oscura
era un sediento páramo sin nombre.
Pero llegaste tú,
y el mar llegó contigo
para siempre.
(de "Ardieron ya los sándalos", 1982)
Propuesta
Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.
(de "Silva de extravagancias", 2000)
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